Durante el tiempo que llevo trabajando como psicólogo me he dado cuenta que hay un factor de protección del que muy pocas veces se habla: tocar un instrumento musical.
Si bien es cierto, que también tengo muchos pacientes que han salido rebotados del conservatorio y cogiéndole tirria a la música, también lo es, que cuando la práctica de un instrumento ha sido educada desde el juego y la diversión, este se convierte en un gran recurso personal.
Cuando trabajo con adolescentes que no saben canalizar sus emociones y en concreto la rabia, casi siempre suelo utilizar algún instrumento que tengo en consulta para que aprendan a usarlo como medida de biofeedback. El instrumento se convierte en un agente externo a través del cual expreso lo que me siente.
¿Cuál sería el mejor instrumento?
Yo siempre recomiendo aprender instrumentos de carácter social, aquellos que fácilmente puedes compartir y transportar. Los más habituales son la guitarra y el ukelele.
El ukelele, además, cuenta con la ventaja de ser un instrumento relativamente fácil, lo cual protege ante la frustración habitual que genera el hecho de sentir que no se avanza.